CAPITULO TRES
Al correr el año 1820, el fervor religioso había invadido el ambiente rural en Estados Unidos. En Palmyra, una tranquila villa de Nueva York, la reforma protestante que floreciera en Europa en siglos anteriores parecía haber cautivado a toda la población.
Los ministros de diferentes agrupaciones religiosas se afanaban por atraer la preferencia de la gente. Los fieles defendían con ardor sus creencias personales y los predicadores ambulantes, cada uno con su propio estilo y mensaje, llevaban a cabo toda clase de convenciones evangelizadoras en las afueras del pueblo.
Tal entusiasmo religioso resultó ser verdaderamente fascinante para la familia de Joseph y Lucy Mack Smith. Sus antepasados habían tenido ya algunas experiencias de carácter espiritual. En 1638, Robert Smith salió de Europa atraído por la augurada libertad de religión en las colonias de la América del Norte. Más de un siglo después, su nieto Samuel Smith, hijo, luchó en defensa de esa libertad y otros derechos como capitán en el ejército revolucionario de Jorge Washington.
Uno de los soldados al mando del capitán Smith era su propio hijo Asael, quien una vez escribió: "Tengo en mi alma la certeza de que uno de mis descendientes promulgará una obra que habrá de conmover el concepto religioso del mundo." (George Albert Smith, "History of George Albert Smith," Departamento Histórico de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, Salt Lake City, Utah.)
José, el hijo de Asael, conocía muy bien su abundante herencia espiritual. Al igual que su esposa, era una persona muy devota y juntos enseñaban a sus hijos los principios de la fe y la rectitud. No obstante, la familia parecía reflejar la división que predominaba entre las diferentes iglesias de Palmyra. Lucy Smith y tres de sus hijos—Hyrum, Samuel y Sophronia—se habían unido a la Iglesia Presbiteriana, en tanto que Joseph y su hijo mayor, Alvin, se afiliaron con los metodistas. Pero no se sabe que esta circunstancia haya provocado desavenencia alguna entre los miembros de la familia.
Cuando en el hogar de Joseph y Lucy Smith llegó el momento de bautizar a su hijo José, quien entonces tenía catorce, años de edad, éste debía decidir en qué religión lo haría y entonces estudió con esmero las doctrinas de cada iglesia. Puesto que era de una naturaleza profundamente espiritual, el joven escuchó las declaraciones de los respectivos ministros y las examinó de la mejor manera posible.
Al principio se sintió inclinado a seguir la fe de su padre y de su hermano Alvin en la Iglesia Metodista, pero entonces escuchó al ministro presbiteriano acusar a los metodistas y su confianza en esa secta se debilitó. Luego, un ministro bautista lo convenció de que los presbiterianos estaban equivocados. Finalmente, un predicador ambulante lo persuadió a creer que todos, a excepción de él mismo, estaban en el error.
Imaginemos a la familia Smith, sentado cada uno de sus miembros a la mesa para cenar al final de un día de ardua labor. La madre en un extremo, el padre en el otro, y los hijos a ambos lados de la mesa. La conversación, como suele suceder, se torna al tema de la religión y nos suponemos que el joven José acaba de comentar que desea ser bautizado pero que no logra decidir quién ha de bautizarlo.
"El propio Jesús fue bautizado," quizás haya dicho el joven, "así que también yo necesito bautizarme. El ministro de mamá me ha invitado a que lo haga en su iglesia, pero el de papá dice que no podré ir al cielo con el bautismo presbiteriano. Luego el ministro bautista me asegura que él es el único que sabe lo que es el bautismo. Y ahora no sé lo que debo hacer. ¿Podría dejarles que me bauticen todos, uno a la vez? ¿O debo escoger a uno solo de ellos? Y si fuera así, ¿a quién escojo?"
Aunque quizás esto no haya sucedido exactamente así, las preguntas del joven José Smith eran muy serias y sinceras. Este joven extraordinario había sido educado en una familia extraordinaria durante un período extraordinario de la historia. Su interés era genuino y su corazón sincero. Aunque era de corta edad—o quizás por tal motivo—era sensible al Espíritu del Señor y estaba preparado para responderle.
"En medio de esta guerra de palabras y tumulto de opiniones," escribiría más tarde José Smith en su relato histórico personal acerca de aquella experiencia, "a menudo me decía a mí mismo: ¿Qué se puede hacer? ¿Cuál de todos estos grupos tiene razón; o están todos en error? Si uno de ellos es verdadero, ¿cuál es, y cómo podré saberlo?"
José procuró encontrar las respuestas a esas preguntas en las Escrituras, pero a veces todo lo que encontraba eran otras preguntas adicionales. Quizás leyó la promesa que el Salvador hizo a Sus discípulos al decirles, "y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres" (Juan 8:32), y con anhelo pensó cuándo habría de experimentar él mismo esa gloriosa libertad. Probablemente leyó la declaración de Pablo, en cuanto a que hay "un cuerpo, y un Espíritu, . . .un Señor, una fe, un bautismo" (Efesios 4:4r-5) y se preguntó: "Pero, ¿cuál es?"
Entonces llegó el día en que cambió el curso de la vida del joven José y de toda la familia Smith—y, también, de millones de personas en todo el mundo.
José se hallaba un día leyendo la Biblia cuando encontró una admonición sencilla y directa en la epístola de Santiago, que dice: "Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada." (Santiago 1:5.)
"Ningún pasaje de las Escrituras jamás penetró el corazón de un hombre con más fuerza que éste en esta ocasión, el mío," escribió José. "Pareció introducirse con inmenso poder en cada fibra de mi corazón. Lo medité repetidas veces, sabiendo que si alguien necesitaba sabiduría de Dios, esa persona era yo; porque no sabía qué hacer, y a menos que obtuviera mayor conocimiento del que hasta entonces tenía, jamás llegaría a saber." (José Smith—Historia 1:12.)
Con la fe de alguien que apenas había salido de la niñez, y motivado por la inspiración de las Escrituras y del Espíritu Santo, José Smith decidió ir a un bosque cercano a su hogar y poner a prueba la promesa de Santiago.
Era una hermosa mañana primaveral pero, al internarse en el bosque, es probable que José fuera concentrándose más en su cometido que en lo placentero de los alrededores. Era la primera vez que pensaba en recurrir a la oración personal para aclarar su confusión y su aflicción religiosa, y pasó mucho tiempo tratando de articular en su mente las palabras que iba a decir. Era tan grande su fe en que Dios cumpliría la promesa de Santiago que, creo yo, el joven estaba seguro de recibir una respuesta a su pregunta.
Lo que recibió, sin embargo, fue de tanta magnitud que no resulta fácil comprenderlo.
José Smith se detuvo en el apacible y solitario lugar que había escogido previamente en el bosque para aquella ocasión tan especial. Mirando a su derredor para asegurarse de que se encontraba solo, se arrodilló y empezó a orar. Casi de inmediato, se apoderó de él una sensación de amenazante obscuridad, como si una fuerza maligna estuviera tratando de hacerle desistir de su propósito. Pero en lugar de ceder al temor, José intensificó sus plegarias a Dios.
En el preciso momento en que sintió como "que estaba por hundir[se] en la desesperación y entregar[se] a la destrucción," el propio Dios le respondió.
". . .Vi una columna de luz, más brillante que el sol, directamente arriba de mi cabeza; y esta luz gradualmente descendió hasta descansar sobre mí," escribió José más. tarde. "Al reposar sobre mí la luz, vi en el aire arriba de mí a dos Personajes, cuyo fulgor y gloria no admiten descripción. Uno de ellos me habló, llamándome por mi nombre, y dijo, señalando al otro: "Este es mi Hijo Amado:
¡Escúchalo!" (JSH 1:1-16.)
¡Dios, nuestro Padre Celestial, se apareció con Jesucristo, Su Hijo Resucitado—lo cual constituyó, verdaderamente, una de las más extraordinarias manifestaciones espirituales de todos los tiempos!
Pero, de acuerdo con este relato del acontecimiento, José Smith no se detuvo a considerar las consecuencias históricas de lo que estaba experimentando. Se consideraba a sí mismo un simple joven que necesitaba una orientación espiritual y, por consiguiente, sólo quiso hacer una pregunta: "¿Cuál de todas las sectas era la verdadera y a cuál debía unirme?"
Se le dijo que no debía unirse a ninguna de las iglesias y que las doctrinas puras del evangelio habían sido alteradas a través de los siglos, desde los tiempos de la muerte y resurrección de Jesucristo. Y entonces, cumplida Su misión, el Padre y Su Hijo Jesucristo se retiraron, dejando al joven José físicamente exhausto pero espiritualmente enriquecido.
Poco después, habiéndose recobrado un tanto, José emprendió el regreso a su hogar. Al verlo, su madre advirtió que algo inquietaba a su hijo.
"Pierda cuidado, mamá, todo está bien; me siento bastante bien," respondió el joven a las indagaciones de su madre, y agregó: "He sabido a satisfacción mía que el presbiterianismo no es verdadero."
Con el tiempo, José Smith refirió lo acontecido a otras personas. Su familia, que poseía una notable sensibilidad espiritual, sabía que el joven estaba diciendo la verdad y lo apoyaron desde el principio en sus declaraciones. Toda la familia había sido preparada con anterioridad para asumir una función significativa en la restauración del evangelio por medio de su hijo y hermano, y cada uno respondió debidamente.
Otros, sin embargo, reaccionaron con escepticismo y aun con actos de violencia. La subsiguiente persecución por parte de muchos que oyeron su historia llegó a ser tan intensa, que José debe haberse sentido tentando a negarla o al menos a hacer de cuenta que nunca había pasado nada.
Pero no podía negarlo.
Tiempo después, José Smith escribió lo siguiente: "Yo efectivamente había visto una luz, y en medio de la luz vi a dos Personajes, los cuales en realidad me hablaron; y aunque se me odiaba y perseguía por decir que había visto una visión, no obstante, era cierto; y mientras me perseguían, y me vilipendiaban, y decían falsamente toda clase de mal en contra de mí por afirmarlo, yo pensaba en mi corazón: ¿Por qué me persiguen por decir la verdad? En realidad he visto una visión, y ¿quién soy yo para oponerme a Dios?, o ¿por qué piensa el mundo hacerme negar lo que realmente he visto? Porque había visto una visión; yo lo sabía, y sabía que Dios lo sabía; y no podía negarlo, ni osaría hacerlo; por lo menos, sabía que haciéndolo, ofendería a Dios y caería bajo condenación." (JSH 1:25.)
Durante más de tres años y sin el beneficio de recibir instrucciones adicionales de Dios, José Smith sufrió tribulaciones y tentaciones por causa de su testimonio. Quizás fuera que simplemente se le estaba sometiendo a un proceso de maduración, y si estaba siendo puesto a prueba debe haberla superado porque, el 21 de septiembre de 1823, comenzó el extenso y penoso desarrollo de la Restauración cuando un visitante angelical llamado Moroni, un profeta resucitado que había vivido en el antiguo continente americano, se le apareció para decirle que Dios iba a encomendarle una tarea importante.
Según Moroni, la tarea incluiría lo siguiente: la restauración del verdadero Evangelio de Jesucristo en su totalidad; la traducción de anales antiguos a publicarse en forma de libro (conocido ahora como el Libro de Mormón: Otro Testamento de Jesucristo); la restauración del sacerdocio (o la autoridad para actuar en nombre de Dios); el cumplimiento de la profecía bíblica de Malaquías en cuanto al regreso del "profeta Elías, antes de que venga el día de Jehová" con el propósito de hacer "volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres" (Malaquías 4:5-6); el cumplimiento de otras profecías bíblicas con respecto a la restauración del evangelio; y la preparación para la segunda venida de Cristo.
Por supuesto que estas cosas no pasaron todas a la vez. Se le dio tiempo a José Smith para que fuera progresando en el cometido. Por seguro que no es común que Dios designe a un joven campesino como Su representante en la tierra y como un nuevo profeta. Así y todo, sin duda José era aún muy joven durante todo aquel proceso. Hasta 1827, cuando comenzó a traducir el Libro de Mormón, fue recibiendo instrucciones por parte de visitantes angelicales quienes, también en ese transcurso, continuaron enseñándole, aconsejándole y guiándole. En 1829 se restauró la autoridad del sacerdocio y se completó la traducción del Libro de Mormón. (En los próximos dos capítulos nos referiremos más detalladamente al Libro de Mormón y a la restauración del sacerdocio.)
Mientras tanto, las noticias referentes al joven profeta y las aseveraciones de sus milagros fueron divulgándose, y, como es de esperar, ello originó variadas reacciones. Algunos le creyeron y lo apoyaron, mientras que otros lo difamaron y lo persiguieron. La familia Smith debió sufrir continuas dificultades pero a la vez recibió maravillosas bendiciones gracias a la obra de José, quien también padeció todas las emociones humanas posibles, desde el dolor angustioso que le causó la muerte de su amado hermano Alvin en 1823, a la inmensa felicidad de su casamiento con Emma Hale en 1827.
Su empresa espiritual fue de una diversidad similar. Debió soportar la amargura de reprimendas celestiales y asimismo disfrutó enormemente de las manifestaciones del amor divino. Tal como lo había hecho con David, Samuel y José en los tiempos del Antiguo Testamento, Dios escogió a un jovencito inocente y falto de instrucción, incorrupto aún por el mundo y maleable a Su divina voluntad, y lo modeló y educó para que fuera Su profeta escogido.
El 6 de abril de 1830, unos diez años después de que Dios respondiera a la humilde oración del aquel joven, se organizó oficialmente La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. El momento era propicio. El mundo se hallaba ahora preparado. La Gran Apostasía había llegado a su fin. Se restauró la autoridad de Dios para bautizar y existía otra vez sobre la tierra la Iglesia de Jesucristo en su plenitud.
Antes de que podamos comprender cada uno de los notables acontecimientos que culminaron con la organización de la Iglesia en 1830, es menester que examinemos la importante contribución hecha por el Libro de Mormón con respecto a la Restauración.
.
Los ministros de diferentes agrupaciones religiosas se afanaban por atraer la preferencia de la gente. Los fieles defendían con ardor sus creencias personales y los predicadores ambulantes, cada uno con su propio estilo y mensaje, llevaban a cabo toda clase de convenciones evangelizadoras en las afueras del pueblo.
Tal entusiasmo religioso resultó ser verdaderamente fascinante para la familia de Joseph y Lucy Mack Smith. Sus antepasados habían tenido ya algunas experiencias de carácter espiritual. En 1638, Robert Smith salió de Europa atraído por la augurada libertad de religión en las colonias de la América del Norte. Más de un siglo después, su nieto Samuel Smith, hijo, luchó en defensa de esa libertad y otros derechos como capitán en el ejército revolucionario de Jorge Washington.
Uno de los soldados al mando del capitán Smith era su propio hijo Asael, quien una vez escribió: "Tengo en mi alma la certeza de que uno de mis descendientes promulgará una obra que habrá de conmover el concepto religioso del mundo." (George Albert Smith, "History of George Albert Smith," Departamento Histórico de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, Salt Lake City, Utah.)
José, el hijo de Asael, conocía muy bien su abundante herencia espiritual. Al igual que su esposa, era una persona muy devota y juntos enseñaban a sus hijos los principios de la fe y la rectitud. No obstante, la familia parecía reflejar la división que predominaba entre las diferentes iglesias de Palmyra. Lucy Smith y tres de sus hijos—Hyrum, Samuel y Sophronia—se habían unido a la Iglesia Presbiteriana, en tanto que Joseph y su hijo mayor, Alvin, se afiliaron con los metodistas. Pero no se sabe que esta circunstancia haya provocado desavenencia alguna entre los miembros de la familia.
Cuando en el hogar de Joseph y Lucy Smith llegó el momento de bautizar a su hijo José, quien entonces tenía catorce, años de edad, éste debía decidir en qué religión lo haría y entonces estudió con esmero las doctrinas de cada iglesia. Puesto que era de una naturaleza profundamente espiritual, el joven escuchó las declaraciones de los respectivos ministros y las examinó de la mejor manera posible.
Al principio se sintió inclinado a seguir la fe de su padre y de su hermano Alvin en la Iglesia Metodista, pero entonces escuchó al ministro presbiteriano acusar a los metodistas y su confianza en esa secta se debilitó. Luego, un ministro bautista lo convenció de que los presbiterianos estaban equivocados. Finalmente, un predicador ambulante lo persuadió a creer que todos, a excepción de él mismo, estaban en el error.
Imaginemos a la familia Smith, sentado cada uno de sus miembros a la mesa para cenar al final de un día de ardua labor. La madre en un extremo, el padre en el otro, y los hijos a ambos lados de la mesa. La conversación, como suele suceder, se torna al tema de la religión y nos suponemos que el joven José acaba de comentar que desea ser bautizado pero que no logra decidir quién ha de bautizarlo.
"El propio Jesús fue bautizado," quizás haya dicho el joven, "así que también yo necesito bautizarme. El ministro de mamá me ha invitado a que lo haga en su iglesia, pero el de papá dice que no podré ir al cielo con el bautismo presbiteriano. Luego el ministro bautista me asegura que él es el único que sabe lo que es el bautismo. Y ahora no sé lo que debo hacer. ¿Podría dejarles que me bauticen todos, uno a la vez? ¿O debo escoger a uno solo de ellos? Y si fuera así, ¿a quién escojo?"
Aunque quizás esto no haya sucedido exactamente así, las preguntas del joven José Smith eran muy serias y sinceras. Este joven extraordinario había sido educado en una familia extraordinaria durante un período extraordinario de la historia. Su interés era genuino y su corazón sincero. Aunque era de corta edad—o quizás por tal motivo—era sensible al Espíritu del Señor y estaba preparado para responderle.
"En medio de esta guerra de palabras y tumulto de opiniones," escribiría más tarde José Smith en su relato histórico personal acerca de aquella experiencia, "a menudo me decía a mí mismo: ¿Qué se puede hacer? ¿Cuál de todos estos grupos tiene razón; o están todos en error? Si uno de ellos es verdadero, ¿cuál es, y cómo podré saberlo?"
José procuró encontrar las respuestas a esas preguntas en las Escrituras, pero a veces todo lo que encontraba eran otras preguntas adicionales. Quizás leyó la promesa que el Salvador hizo a Sus discípulos al decirles, "y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres" (Juan 8:32), y con anhelo pensó cuándo habría de experimentar él mismo esa gloriosa libertad. Probablemente leyó la declaración de Pablo, en cuanto a que hay "un cuerpo, y un Espíritu, . . .un Señor, una fe, un bautismo" (Efesios 4:4r-5) y se preguntó: "Pero, ¿cuál es?"
Entonces llegó el día en que cambió el curso de la vida del joven José y de toda la familia Smith—y, también, de millones de personas en todo el mundo.
José se hallaba un día leyendo la Biblia cuando encontró una admonición sencilla y directa en la epístola de Santiago, que dice: "Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada." (Santiago 1:5.)
"Ningún pasaje de las Escrituras jamás penetró el corazón de un hombre con más fuerza que éste en esta ocasión, el mío," escribió José. "Pareció introducirse con inmenso poder en cada fibra de mi corazón. Lo medité repetidas veces, sabiendo que si alguien necesitaba sabiduría de Dios, esa persona era yo; porque no sabía qué hacer, y a menos que obtuviera mayor conocimiento del que hasta entonces tenía, jamás llegaría a saber." (José Smith—Historia 1:12.)
Con la fe de alguien que apenas había salido de la niñez, y motivado por la inspiración de las Escrituras y del Espíritu Santo, José Smith decidió ir a un bosque cercano a su hogar y poner a prueba la promesa de Santiago.
Era una hermosa mañana primaveral pero, al internarse en el bosque, es probable que José fuera concentrándose más en su cometido que en lo placentero de los alrededores. Era la primera vez que pensaba en recurrir a la oración personal para aclarar su confusión y su aflicción religiosa, y pasó mucho tiempo tratando de articular en su mente las palabras que iba a decir. Era tan grande su fe en que Dios cumpliría la promesa de Santiago que, creo yo, el joven estaba seguro de recibir una respuesta a su pregunta.
Lo que recibió, sin embargo, fue de tanta magnitud que no resulta fácil comprenderlo.
José Smith se detuvo en el apacible y solitario lugar que había escogido previamente en el bosque para aquella ocasión tan especial. Mirando a su derredor para asegurarse de que se encontraba solo, se arrodilló y empezó a orar. Casi de inmediato, se apoderó de él una sensación de amenazante obscuridad, como si una fuerza maligna estuviera tratando de hacerle desistir de su propósito. Pero en lugar de ceder al temor, José intensificó sus plegarias a Dios.
En el preciso momento en que sintió como "que estaba por hundir[se] en la desesperación y entregar[se] a la destrucción," el propio Dios le respondió.
". . .Vi una columna de luz, más brillante que el sol, directamente arriba de mi cabeza; y esta luz gradualmente descendió hasta descansar sobre mí," escribió José más. tarde. "Al reposar sobre mí la luz, vi en el aire arriba de mí a dos Personajes, cuyo fulgor y gloria no admiten descripción. Uno de ellos me habló, llamándome por mi nombre, y dijo, señalando al otro: "Este es mi Hijo Amado:
¡Escúchalo!" (JSH 1:1-16.)
¡Dios, nuestro Padre Celestial, se apareció con Jesucristo, Su Hijo Resucitado—lo cual constituyó, verdaderamente, una de las más extraordinarias manifestaciones espirituales de todos los tiempos!
Pero, de acuerdo con este relato del acontecimiento, José Smith no se detuvo a considerar las consecuencias históricas de lo que estaba experimentando. Se consideraba a sí mismo un simple joven que necesitaba una orientación espiritual y, por consiguiente, sólo quiso hacer una pregunta: "¿Cuál de todas las sectas era la verdadera y a cuál debía unirme?"
Se le dijo que no debía unirse a ninguna de las iglesias y que las doctrinas puras del evangelio habían sido alteradas a través de los siglos, desde los tiempos de la muerte y resurrección de Jesucristo. Y entonces, cumplida Su misión, el Padre y Su Hijo Jesucristo se retiraron, dejando al joven José físicamente exhausto pero espiritualmente enriquecido.
Poco después, habiéndose recobrado un tanto, José emprendió el regreso a su hogar. Al verlo, su madre advirtió que algo inquietaba a su hijo.
"Pierda cuidado, mamá, todo está bien; me siento bastante bien," respondió el joven a las indagaciones de su madre, y agregó: "He sabido a satisfacción mía que el presbiterianismo no es verdadero."
Con el tiempo, José Smith refirió lo acontecido a otras personas. Su familia, que poseía una notable sensibilidad espiritual, sabía que el joven estaba diciendo la verdad y lo apoyaron desde el principio en sus declaraciones. Toda la familia había sido preparada con anterioridad para asumir una función significativa en la restauración del evangelio por medio de su hijo y hermano, y cada uno respondió debidamente.
Otros, sin embargo, reaccionaron con escepticismo y aun con actos de violencia. La subsiguiente persecución por parte de muchos que oyeron su historia llegó a ser tan intensa, que José debe haberse sentido tentando a negarla o al menos a hacer de cuenta que nunca había pasado nada.
Pero no podía negarlo.
Tiempo después, José Smith escribió lo siguiente: "Yo efectivamente había visto una luz, y en medio de la luz vi a dos Personajes, los cuales en realidad me hablaron; y aunque se me odiaba y perseguía por decir que había visto una visión, no obstante, era cierto; y mientras me perseguían, y me vilipendiaban, y decían falsamente toda clase de mal en contra de mí por afirmarlo, yo pensaba en mi corazón: ¿Por qué me persiguen por decir la verdad? En realidad he visto una visión, y ¿quién soy yo para oponerme a Dios?, o ¿por qué piensa el mundo hacerme negar lo que realmente he visto? Porque había visto una visión; yo lo sabía, y sabía que Dios lo sabía; y no podía negarlo, ni osaría hacerlo; por lo menos, sabía que haciéndolo, ofendería a Dios y caería bajo condenación." (JSH 1:25.)
Durante más de tres años y sin el beneficio de recibir instrucciones adicionales de Dios, José Smith sufrió tribulaciones y tentaciones por causa de su testimonio. Quizás fuera que simplemente se le estaba sometiendo a un proceso de maduración, y si estaba siendo puesto a prueba debe haberla superado porque, el 21 de septiembre de 1823, comenzó el extenso y penoso desarrollo de la Restauración cuando un visitante angelical llamado Moroni, un profeta resucitado que había vivido en el antiguo continente americano, se le apareció para decirle que Dios iba a encomendarle una tarea importante.
Según Moroni, la tarea incluiría lo siguiente: la restauración del verdadero Evangelio de Jesucristo en su totalidad; la traducción de anales antiguos a publicarse en forma de libro (conocido ahora como el Libro de Mormón: Otro Testamento de Jesucristo); la restauración del sacerdocio (o la autoridad para actuar en nombre de Dios); el cumplimiento de la profecía bíblica de Malaquías en cuanto al regreso del "profeta Elías, antes de que venga el día de Jehová" con el propósito de hacer "volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres" (Malaquías 4:5-6); el cumplimiento de otras profecías bíblicas con respecto a la restauración del evangelio; y la preparación para la segunda venida de Cristo.
Por supuesto que estas cosas no pasaron todas a la vez. Se le dio tiempo a José Smith para que fuera progresando en el cometido. Por seguro que no es común que Dios designe a un joven campesino como Su representante en la tierra y como un nuevo profeta. Así y todo, sin duda José era aún muy joven durante todo aquel proceso. Hasta 1827, cuando comenzó a traducir el Libro de Mormón, fue recibiendo instrucciones por parte de visitantes angelicales quienes, también en ese transcurso, continuaron enseñándole, aconsejándole y guiándole. En 1829 se restauró la autoridad del sacerdocio y se completó la traducción del Libro de Mormón. (En los próximos dos capítulos nos referiremos más detalladamente al Libro de Mormón y a la restauración del sacerdocio.)
Mientras tanto, las noticias referentes al joven profeta y las aseveraciones de sus milagros fueron divulgándose, y, como es de esperar, ello originó variadas reacciones. Algunos le creyeron y lo apoyaron, mientras que otros lo difamaron y lo persiguieron. La familia Smith debió sufrir continuas dificultades pero a la vez recibió maravillosas bendiciones gracias a la obra de José, quien también padeció todas las emociones humanas posibles, desde el dolor angustioso que le causó la muerte de su amado hermano Alvin en 1823, a la inmensa felicidad de su casamiento con Emma Hale en 1827.
Su empresa espiritual fue de una diversidad similar. Debió soportar la amargura de reprimendas celestiales y asimismo disfrutó enormemente de las manifestaciones del amor divino. Tal como lo había hecho con David, Samuel y José en los tiempos del Antiguo Testamento, Dios escogió a un jovencito inocente y falto de instrucción, incorrupto aún por el mundo y maleable a Su divina voluntad, y lo modeló y educó para que fuera Su profeta escogido.
El 6 de abril de 1830, unos diez años después de que Dios respondiera a la humilde oración del aquel joven, se organizó oficialmente La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. El momento era propicio. El mundo se hallaba ahora preparado. La Gran Apostasía había llegado a su fin. Se restauró la autoridad de Dios para bautizar y existía otra vez sobre la tierra la Iglesia de Jesucristo en su plenitud.
Antes de que podamos comprender cada uno de los notables acontecimientos que culminaron con la organización de la Iglesia en 1830, es menester que examinemos la importante contribución hecha por el Libro de Mormón con respecto a la Restauración.
.
No hay comentarios:
Publicar un comentario