EL ANCLA DE LA FE: CONCLUSIÓN

CONCLUSIÓN

Volvamos ahora a la palabra que consideramos al principio de nuestra trayectoria hacia la comprensión. Precisamente, ésa es la palabra: comprensión.

Como indiqué en la introducción, mi propósito en escribir este libro es "que quienes lean estas páginas—en especial aquellos que no son miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días—comprendan mejor a la Iglesia y sus miembros."

Desde aquella página hasta ésta hemos abarcado muchos temas teológicos e históricos con el objeto de facilitar esa comprensión. Hemos examinado nuestras creencias acerca de Jesucristo y Su vida y misión maravillosas, como así también nuestra creencia de que se produjo una apostasía en cuanto a Sus enseñanzas durante los dos primeros siglos después de Su muerte y resurrección. Asimismo, hemos hablado sobre la restauración del Evangelio de Jesucristo en su totalidad por medio de una serie de acontecimientos milagrosos y cómo la verdad del evangelio continúa en la actualidad obrando milagros en la vida de los Santos de los Últimos Días.

Hay mucho en cuanto a lo cual reflexionar, especialmente en esta época en que tanta gente parece no querer aceptar la idea de los milagros y aun demuestra un gran recelo hacia las religiones en general. Aunque yo entiendo la naturaleza de tales actitudes de desconfianza (todos estamos familiarizados con las noticias acerca de tantos ministros de diversas religiones que no practican lo que predican), sigo creyendo que la fe—la fe verdadera, la fe íntima e inalterable—puede llegar a ser tan esencial para una vida saludable y equilibrada como lo es un ancla para un enorme barco que navega por el océano.

Si usted ha visto alguna vez el ancla de un barco de gran tamaño, habrá notado cuan sólida es y cuán resistentes y firmes son los eslabones de su cadena. Mas cuando se comparan con el tamaño y el peso del barco, el ancla y la cadena parecen ser, en realidad, pequeñas. Sin embargo, una vez apuntalada en el fondo del mar, un ancla sólida puede sujetar un enorme barco—no importa cuán agitadas las aguas.

Esa es la misma función que la fe en Dios cumple en la vida de los fieles Santos de los Últimos Días. Firmemente arraigada y mantenida con esmero, los conserva en un curso constante y sereno a pesar de la turbulencia y la perversidad que los circunda. Esa fe, por supuesto, debe ser más que una simple alabanza verbal pues requiere la fortaleza suficiente para resistir las embestidas que la vida moderna le impone. A fin de que nuestra fe sea significativa y eficaz como un ancla para el alma, debe estar basada en Jesucristo, Su vida y Su expiación, como así también en la restauración de Su evangelio por medio del profeta José Smith. Los principios eternos que he enumerado pueden también compararse con los eslabones de la cadena que nos ayuda para que nos anclemos a la verdad del evangelio.

Estoy seguro de que usted reconoce cómo la fe en las cosas que hemos examinado podría afectar cada uno de los aspectos de su vida. El conocer el Evangelio de Jesucristo y vivir de conformidad con el mismo influye en toda decisión importante que tome y rectifica la trayectoria de su vida porque lo hace apercibirse de nuevas posibilidades y consideraciones—principalmente con respecto a su potencial eterno—a la vez que provee a su corazón nuevos sentimientos y lleva a su mente un nuevo entendimiento. Pero esto sucede solamente si usted cree verdadera y sinceramente en Jesucristo y en Su evangelio.

No obstante, yo lo comprenderé si todo esto le resultase un poco desconcertante. Y si bien es cierto que no puedo demostrarle en forma tangible que estos acontecimientos sucedieron en la manera en que los he descrito, le testifico con humildad y sinceramente que lo que he escrito es verdadero. Asimismo, es necesario que usted sepa que sus amigos mormones creen también que lo que estoy declarando es la verdad.

Y es por eso que ellos hacen lo que hacen y dicen lo que dicen. Creen en una religión que es dinámica y que se basa en la revelación continua y en el progreso eterno. Nuestra creencia no es algo simplemente pasivo. Sería, en realidad, difícil creer en estas cosas y ser a la vez ambiguos al respecto. Los Santos de los Últimos Días que son activos en la fe, están dedicados a su iglesia y son muy devotos a su doctrina, no porque se consideren mejores que los demás, sino porque sinceramente creen poseer un importante mensaje acerca de la restauración del Evangelio de Jesucristo. Y están convencidos de que es un mensaje de felicidad y gozo que el Señor espera que compartan con todo el mundo.

Cuando yo era presidente de misión en Toronto, Canadá, se me invitó a tomar parte en un programa de radio muy popular. No, esta vez no fue planeado por mis misioneros; y acepté personalmente la invitación. Después de referirnos a las similitudes entre La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días y otras agrupaciones cristianas, el locutor me preguntó: "¿En que se diferencia su iglesia de las demás?"

"Déjeme contestarle con otra pregunta," le dije. "Si Moisés viviera en la actualidad sobre la tierra, ¿estaría usted interesado en saber lo que podría decirle?"

"Por supuesto que sí," respondió mi interlocutor. "Todo el mundo estaría interesado en eso."
"Pues bien," dije, "ése es nuestro mensaje al mundo. Existe en la actualidad un profeta de Dios sobre la tierra que posee la misma autoridad que tenía Moisés. Dios dirige hoy a Su Iglesia por medio de Su profeta, tal como lo hiciera en la época de Moisés."

Por un prolongado momento el locutor permaneció en silencio. Y entonces comentó:
"Tiene usted razón. Eso es diferente."

Y en verdad, somos diferentes. Pero es una diferencia importante, principalmente porque es verdadera—y esto es algo que usted podrá decir concerniente a lo que hemos tratado: o es verdadero, o no lo es. O José Smith tuvo aquella extraordinaria manifestación que llamamos la Primera Visión, o no la tuvo. O tradujo el Libro de Mormón mediante el don y el poder de Dios, o no lo hizo. O se restauró el sacerdocio de Dios por medio de la ministración de Juan el Bautista, Pedro, Santiago y Juan, o no se hizo. O nuestro Padre Celestial creó un maravilloso plan eterno para Sus hijos, o no lo hizo. O los principios enumerados en los Artículos de Fe constituyen la verdad revelada de los cielos, o no lo son. O los frutos del mormonismo son el resultado natural de la obediencia a los mandamientos de Dios, o no lo son.

No existen muchas opciones, ¿no es así? Estas cosas acontecieron, como le he mencionado, o nunca sucedieron. Si nunca sucedieron, significa entonces que muchos de nosotros hemos sido engañados. Pero si en realidad acontecieron, usted reconocerá cuán importante es que ese conocimiento se comparta con todos los seres humanos en todo el mundo. ¿Piensa usted sinceramente que debamos conocer algo de más valor que estas cosas?

Para mí es muy importante que usted comprenda que yo sé que todo lo que he estado declarándole es verdadero. Yo tengo un firme testimonio de que José Smith ciertamente presenció en aquella arboleda la aparición de Dios el Padre y Su Hijo Jesucristo, quienes le hablaron en persona, tal como lo describió en su historia. El Ángel Moroni le entregó luego al joven las planchas de oro, las cuales no sólo contenían la historia de un antiguo pueblo que habitó sobre el continente americano sino que también proveyó otro testamento acerca de Jesucristo.

Testifico asimismo que Juan el Bautista, aquel que bautizó a su primo Jesús en el río Jordán, se apareció como un ser resucitado a orillas del río Susquehanna y, poniendo sus manos sobre la cabeza de José Smith, le confirió el Sacerdocio Aarónico. Yo sé que Pedro, Santiago y Juan—los mismos Apóstoles que Jesús de Nazareth ordenara—se aparecieron poco tiempo después y confirieron a José Smith el Sacerdocio de Melquisedec. Y desde ese momento en adelante, tuvo lugar la restauración del Evangelio de Jesucristo, el cual testifico al mundo que se encuentra en La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. El Evangelio de Jesucristo ha sido restaurado totalmente y en toda su plenitud. De estas cosas doy testimonio solemne.

Gracias a estas simples verdades, tanto mi vida como la vida de quienes creen en ellas como yo creo, han experimentado un cambio definitivo—hoy y para siempre. Por cuanto nosotros creemos que José Smith fue un Profeta de Dios y que en la actualidad existen sobre la tierra un profeta y apóstoles del Señor Jesucristo (y yo soy uno de ellos), nosotros conocemos y experimentamos la paz y la certidumbre que se obtienen al comprender y vivir de acuerdo con el plan eterno de nuestro Padre Celestial. Todos y cada uno de nosotros somos una parte de ese plan. Esto hace que usted y todos nosotros seamos algo muy especial, no importa la fe que hoy tengamos. Pero cuando llegamos a comprender la naturaleza total de nuestra relación personal con Dios y Su Hijo Jesucristo, ciertas posibilidades se perciben mejor en tanto que se nos aclaran algunas responsabilidades determinadas. Por eso es que tenemos tanto interés y consideramos necesario que compartamos el evangelio con cada uno de los hijos e hijas de Dios.

El verdadero cometido, tanto para usted como para mí mismo, es exactamente lo que fue para aquel ministro religioso que, como lo relaté anteriormente, me preguntó: "Señor Ballard, si usted pudiera simplemente poner sobre esta mesa las Planchas de Oro de las cuales se tradujo el Libro de Mormón para que todos pudiéramos examinarlas, sabríamos entonces que lo que nos está diciendo es verdad."

Mi respuesta es todavía la misma; que Dios no revela Su palabra en esa manera. Pero, afortunadamente, hay una forma en que los hijos de Dios pueden llegar a saber—y hago hincapié en la palabra saber—por sí mismos si lo que he dicho es verdadero. No estoy hablando simplemente acerca de creerme o aceptar mi palabra ni nada por el estilo. Me refiero a que usted puede recurrir directamente a la fuente de toda verdad para saber definitivamente si lo que he declarado es verdadero.

En el último capítulo del Libro de Mormón, Moroni prometió algo muy importante a quienes algún día habrían de leer ese compendio de Sagradas Escrituras. Yo creo que la misma promesa le corresponde también a todo aquel que procura la verdad en cualquier materia o interés:

"Y cuando recibáis estas cosas, quisiera exhortaros a que preguntéis a Dios el Eterno Padre, en el nombre de Cristo, si no son verdaderas estas cosas; y si pedís con un corazón sincero, con verdadera intención, teniendo fe en Cristo, él os manifestará la verdad de ellas por el poder del Espíritu Santo;

"y por el poder del Espíritu Santo podréis conocer la verdad de todas las cosas." (Moroni 10:4-5.)
La promesa de Moroni es interesantemente similar al versículo de la Epístola de Santiago que motivó al joven José Smith para pedirle a Dios la respuesta que le aclarara sus dudas religiosas: "Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada." (Santiago 1:5.)

Tanto Santiago como Moroni nos exhortan a que acudamos directamente a la Fuente de la Verdad para buscar las respuestas a nuestras preguntas. Si recurrimos al Señor con humildad y sinceridad, El nos ayudará a discernir entre lo que es verdad y lo que no lo es. Tal como nuestro Salvador prometió a Sus discípulos: "Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres." (Juan 8:32.)

Pero, ¿cómo llegaremos a saber?

Nuevamente, el Libro de Mormón nos ofrece algunas ideas maravillosas. El profeta Alma aconsejó sabiamente a los que buscan la verdad—incluso aquellos que sólo tengan "un deseo de creer"—que trataran de "experimentar con [sus] palabras":

"Compararemos, pues, la palabra a una semilla. Ahora bien, si dais lugar para que sea sembrada una semilla en vuestro corazón, he aquí, si es una semilla verdadera, o semilla buena, y no la echáis fuera por vuestra incredulidad, resistiendo al Espíritu del Señor, he aquí, empezará a hincharse en vuestro pecho; y al sentir esta sensación de crecimiento, empezaréis a decir dentro de vosotros: Debe ser que ésta es una semilla buena, o que la palabra es buena, porque empieza a ensanchar mi alma; sí, empieza a iluminar mi entendimiento; sí, empieza a ser deliciosa para mí." (Alma 32:27-28.)

Y eso es todo lo que alguien puede pedirle a usted que haga: que "experimente" con las palabras de Cristo, que dé "lugar para que sea sembrada una semilla en [su] corazón" y sin resistir "al Espíritu del Señor." Creo sinceramente que si usted hace estas cosas y pide en oración que nuestro Padre Celestial le revele si son verdaderas, El se lo dirá. Esa es la promesa de Dios para usted y para todos Sus hijos.

"He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo.

"Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con el Padre en su trono." (Apocalipsis 3:20-21.)

Por favor no desaproveche esta oportunidad de recibir una revelación personal de Dios. Considere lo que he escrito en este libro. Evalúe todo con cuidado. Compárelo con las cosas que usted cree y con lo que desea creer. Preserve íntimamente todo lo que usted sabe que es verdad y agréguele entonces la plenitud del Evangelio Restaurado de Jesucristo. Medite sobre lo que ha sentido al leer estas palabras y someta todo eso a la prueba final: Pregúntele a Dios. Escuche Su respuesta con el corazón y entonces proceda en base a sus propios sentimientos.

Si usted hace esto, tengo fe en que recibirá las respuestas que busca. Y entonces llegará a comprender—más íntimamente, quizás, de lo que podría haberse imaginado—por qué es que sus amigos mormones se dedican tanto a compartir lo que saben que es verdadero. Pudiendo acudir a los millones de miembros y a las decenas de miles de misioneros en todo el mundo, usted nunca se hallará muy alejado de alguien que contestará cualquiera de sus preguntas. Y por favor no vacile en ponerse en contacto conmigo si puedo serle de ayuda. (Mi dirección es: 47 E. South Temple, Salt Lake City, Utah 84150, EE.UU.) Me comprometo a hacer todo lo posible para ayudarle a conocer y comprender más cabalmente nuestro mensaje al mundo.

Al fin y al cabo, la "comprensión" es lo que estábamos tratando de alcanzar cuando comenzamos este libro.

Que Dios le bendiga.

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